viernes, 24 de mayo de 2019

Capitulo XVII EL FUSIL



 Robert se queda sorprendido de lo que guardan sus vecinos en la cueva. -Aquí tenéis para armar a todo un ejercito. -Lo sé, le dice Diego, -pero solo contamos con unos cuantos jóvenes, - nunca han conocido conflicto alguno, - pero son muy listos y tienen agallas.

 -Eso no lo dudo, responde Robert, -pero no tenemos que poner sus vidas en riesgo. Verónica responde, -no tenemos miedo, -estamos dispuestos a morir si es necesario. -No será necesario pequeña. -Tenemos que ser cautos, -y pensar bien como hacerles pagar lo que han hecho.

Diego y Paula le indican a los cinco que les acompañen a la sala de la mesa octagonal, allí les esperan los más mayores junto con algunos jóvenes, se sientan todos.

Paula les dice, -tenemos que deciros que esta guerra no es sólo vuestra, -si tenemos que arriesgar todo lo que hemos conseguido, -no importa. -No podemos seguir viviendo una mentira así.

 Robert entonces, pregunta -¿Quien sabe como funcionan todas esa armas. -¿Qué necesitas saber? le dice un joven de origen árabe. -Su nombre es Hamid, -el y otros jóvenes heredaron de sus mayores los conocimientos sobre las armas, -además de las distintas tácticas de combate.

Hamid dice, ¿que quieres saber?,  Robert responde. -Todo, quiero saber cómo funciona todo. -Bien dice Hamid. Toca debajo de la mesa y aparece una imagen delante de él. Una especie de un panel de control en forma de holograma. 

 -Comenzaremos con los fusiles, los mismos que ya has visto. Robert interrumpe, -eso ya se como funciona. -Impresionante el alcance y la fuerza de esos pequeños perdigones. -Hacen algo más que eso. Toca el teclado y se enciende la pantalla gigante de la sala, en la que aparece la imagen de la cueva del arsenal.

 Se puede ver que sale por la alacena, sigue por el pasillo y aparece la imagen de todos sentados, y al mismo tiempo, aparece Verónica rifle en mano. Hamid le explica, que desde la sala se pueden ver todo lo que los rifles tienen en su mira.

 -Solo les falta disparar solos, dice Robert sonriendo. Le responde Hamid, lo hacen, y pide a Verónica que se siente con ellos, entonces la joven suelta el fusil y este se queda suspendido en el aire. Hamid le ordena a través del teclado, el rifle se gira y en la pantalla gigante se puede ver una carta de la baraja española, el As de oros, estaba clavada en una pared al final de un gran pasillo. Dispara y hace un agujero en la pared, apunta más arriba y se ve el Rey de espadas, también es alcanzado corriendo la misma suerte.

Robert, parece pensativo, sin duda tenía un plan.  -Esto nos viene muy bien. -¿Cuánto alcance tiene la señal del arma?. Hamid le responde, -cerca de diez kilómetros, -más allá de esa distancia se empieza a perder la señal.

 Robert sigue pensando, Diego le dice, -si lo que estás pensando es que vayan solos a combatir, -eso no es posible. -Sólo los podemos manejar de uno en uno, -cuando vacía su cargador, -podemos configurar otro. -Entiendo dice Robert. -Cuánto tiempo se tarda en configurar el siguiente. -Nada, solo unos segundos, le responde Hamid.

 -Suficiente dice Robert. -He pensado algo para ganarle tiempo a esa gente, -no podemos olvidar que están buscando a Alba, -y a nosotros cuatro también. -No vamos a subestimar a esos Templarios,
-puede que hayan descubierto que ya no estoy en mi cápsula.

 -Ésta noche saldremos Rebeca y yo, -nos llevaremos cinco rifles. -Qué podemos hacer los dos solos, pregunta Rebeca a Robert. -Lo único que de momento podemos hacer, responde Robert.

 Una vez pasado el día en el barrio, y habiendo conocido mejor algunas armas más, la noche cae.
 La joven Verónica acompaña a los dos por los laberintos del metro, Rumbo también, llevan los rifles, y un bolso en el que hay algo de agua, un botiquín y algunas cosas más. Robert le dice a la joven. Llévanos cerca del centro comercial en el que estaba el rifle. Verónica asiente y dice por aquí.

 En pocos minutos llegan a una sala, eran las taquillas, unas pantallas apagadas sustituyen las máquinas expendedoras de billetes conocidas por Robert. Suben las escaleras de la estación de Nuevos Ministerios. Verónica se despide. -Rumbo seguirá con vosotros, -les prometí que una vez llegado aquí, regresaría. -Gracias cielo, -antes de que amanezca estaremos de vuelta.

 Salen por un acceso directo a lo que era el paseo de la Castellana. Rebeca pregunta. -¿Qué has pensado? -Ahora lo verás.

 Suben despacio, los fusiles y la arena, dificultan el paso, además de caminar cuesta arriba.

 Llegan al lugar. La parte de abajo del comercio sigue siendo un gran escaparate lleno de maniquíes. Mira a su alrededor y en la acera de enfrente hay un bonito edificio, como un Palacete.

 Robert le pide a Rebeca que le siga. Entran en el edificio, este sigue conservando las escaleras en buen estado, eran de mármol blanco, y suben por ellas a lo más alto. Entran en un gran salón, con una chimenea también de mármol. Robert abre uno de los balcones, se puede ver gran parte de la ciudad.

Robert le cuenta a Rebeca lo que quiere hacer.  -Vamos a dejar aquí los rifles, -y bajemos de nuevo. Se acercan a los escaparates, y cogen dos maniquíes cada uno, todos bien vestidos. -Espera, dice Robert, este también lo subiremos, refiriéndose a uno que estaba sobre un mono patín.

 Los Suben al ático del Palacete, del bolso Robert saca un Rollo de cinta americana, y uno por uno coloca los rifles como si los maniquíes estuvieran apuntando con ellos.

 -Donde se ha metido el perro dice Robert, Rumbo aparece. -Eres sigiloso perrete. Robert saca al balcón uno de los maniquíes y lo sujeta a la barandilla con la cinta, y  le dice a Rumbo, Hamid, -no quiero que hagas nada,  solo comprobar que lo puedes controlar. En ese momento el rifle se mueve de de izquierda a derecha, y de arriba a abajo. -Perfecto, -ahora colocaremos los otros.

 Cuando ya están los maniquíes apostados, Robert rompe uno de los muebles y con toda la madera enciende un fuego en la chimenea. Dice, -Ahora tenemos que salir de aquí rápido. El primero en salir es Rumbo, que baja aprisa la escaleras, siempre moviendo la cola, mirando atrás de vez en cuando.

Los tres salen del edificio y se apresuran hacía la boca del metro. Llegan y Rumbo se para, y de manera efusiva saluda a Verónica, que ya les estaba esperando en la entrada.


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