Rumbo camina despacio. De vez en cuando se para, mira a los cuatro, y mueve la cola. Queda poco para que amanezca.
Robert
mira al cielo. Algo le parecía raro. Era la Luna. Estaba llena. Un
tanto azulada.
-¿Qué estás pensando?. Le preguntó Rebeca. -Parece que en el cielo hay algo que impide entrar los rayos del Sol. -Y la luz de la Luna. -Es algo muy extraño.
-¿Qué estás pensando?. Le preguntó Rebeca. -Parece que en el cielo hay algo que impide entrar los rayos del Sol. -Y la luz de la Luna. -Es algo muy extraño.
Llegan
a una especie de cueva. Está oscuro y sale aire frío. No
llevan ningún tipo de luz. El agujero parece que se dirige hacia
abajo.
El
perro se acerca a la entrada. Les mira y lanza un pequeño ladrido.
Entonces se adentra en el agujero. Desde abajo, vuelve a ladrar.
Robert
dice. -Tenemos que seguirlo. -Vamos. Tomó a Rebeca de la mano, y se
deslizó hacia el interior. Una vez abajo Rumbo les espera. Alba y
Jan bajan también de la mano.
La oscuridad se va disipando. Poco a
poco se ve un túnel. Al final de este. Se puede ver un poco más
claro. Eran los pasillos del metro. Estaban el la estación de Sainz
de Baranda.
El
pasillo les lleva al apeadero. No sé ve apenas. El perro con el
sonido de su respiración les guía.
Tenemos que tener cuidado con
los raíles del tren. Dice Robert. -Por aquí vamos despacio, -pero el camino es correcto. -Este perro es listo.
Después
de un buen rato caminando a ciegas. Pasan por alguna estación. No sé
ve. Pero Robert intuye que están cerca.
El
perro se detiene. Un aire más cálido sale de un hueco de la pared.
Rumbo se adentra. Los cuatro le siguen.
Llenan
a una especie de cuarto de contadores. Ahora se empieza a ver algo.
En ese cuarto hay una ventana pequeña. De un salto, el perro se sube
al borde. Y se cuela por ella.
Los
cuatro hacen lo mismo. Cuando ya han pasado. Se ve mucho mejor. Era
la joven Verónica. Estaba esperando con una antorcha. -Hola pequeña,
gracias por venir en nuestro encuentro.
Mientras
Verónica les guía, le dice a Robert. -¿Es cierto todo lo que habéis
contado?. -Si cielo. Dice Robert. -Pero no tienes que preocuparte por
nada. -Esa gente nunca sabrá de vosotros. -Y haremos todo lo necesario
para que no vuelvan a hacer daño a nadie.
Verónica
se detiene. Le dice a Robert. -No tengo ningún miedo. Esta noticia me
ha devuelto esperanza. -No entiendo. Dice Rebeca. La joven les cuenta.
-Estoy Convencida de que mis padres corrieron la misma suerte que tú,
Robert.
-Salieron
con dos de sus mejores amigos. .Hacían barridas por la noche, -para
intentar localizar a alguien más. -Nunca volvimos a saber de ellos.
-Quizás se perdieron. -Quizás tuvieron algún accidente. Le dice
Robert. -Imposible. -Mis padres eran los que mejor se movían de noche.
-Además,
Rumbo recorrió muchos días el lugar por donde andaban antes de
desaparecer. .No encontramos ningún rastro de ellos. -Por eso cuando
supe de dónde venías. -Supe que mis padres tienen que estar allí.
-Si tus padres están allí, no tengas duda, los encontraremos.
La
joven esbozó una sonrisa. -Yo te puedo ayudar. -Conozco mejor que
nadie todo el exterior. -Estaba segura que en esa sala ocurría
algo. -Sus paredes me dieron una descarga que casi no lo cuento.
-Vamos
a ver que dicen los mayores del barrio. -No creo que sea conveniente
que pongas tu vida en riesgo. -Te necesitan.
Después
de caminar por un pasillo interminable. Llegan a la entrada. Dónde
están las viejas máquinas expendedoras.
Pasan.
Diego y Paula les esperan. También estaba Paul. Que se abalanzó sobre
sus amigos y les abrazó.
-Cómo nos han podido hacer esto. -Nos han
estado manipulando. Decía Paul entre lágrimas. -Ahora entiendo
muchas de las cosas que nos sucedían.
-Vamos
al fuego. -Allí están esperando los mayores. -Tenéis preparado algo
de comer. -Después hablamos de que podemos hacer.
Entran a la sala de la chimenea. Junto al fuego les tenían preparado algo
de comer.
Venid acercaros al fuego. Mientras los cuatro comen y beben
algo. Paula les comenta. Al principio pensamos en
seguir con nuestra vida cotidiana. -No estamos tan mal, -en realidad
estamos asustados. -Pero no podemos quedarnos de brazos cruzados.
-Hemos pensado en hacer un grupo con los más fuertes del barrio. Irán
con vosotros.
-Son
unos cuantos jóvenes, -pero suficiente para ayudar.
Queridos
amigos. Dice Robert. -Por lo que hemos visto, esa gente tiene mucho
poder. -De hecho son los dueños de lo que queda de planeta.
-Tienen unos adelantos tecnológicos que se escapan a nuestra comprensión. -Seguro que están muy protegidos, ya podéis imaginar qué tipo de armas pueden tener.
-Tienen unos adelantos tecnológicos que se escapan a nuestra comprensión. -Seguro que están muy protegidos, ya podéis imaginar qué tipo de armas pueden tener.
-Qué
podemos hacer frente a tanto poder. -Ni siquiera sabemos cuántos son.
Dice Robert.
Paula
le dice. -Robert, nuestros jóvenes son muy pocos, -y nunca han hecho
otra cosa que trabajar. -No conocen violencia alguna. -Pero son
listos y tienen agallas. -Eso no lo dudo. Responde Robert.
Rebeca
comenta. -En nuestra estación solo somos unas doscientas personas.
-Los Maestros siempre nos dijeron, que en todo el mundo solo éramos
unos pocos miles.
-De
lo que vuestros Maestros os decían, -no hay que creer nada. -Son solo
unos lacayos, responde Diego.
-Tenemos
que encontrar algún punto débil. -No podemos enfrentarnos a tiros.
Qué podemos hacer con un par de escopetas.
-Tenemos algo más que
eso. Dice Diego. -Acompañadnos, -queremos mostraros algo.
Se levantan todos. Diego se dirige
hacia un viejo mueble. Cómo una antigua alacena. Mueve el mueble. Es la
entrada a una especie de cueva.
Dentro tenían un arsenal de.armas de todo tipo. Unas granadas de mano del tamaño de melones. Explosivos. Chalecos antibalas, etc.
Dentro tenían un arsenal de.armas de todo tipo. Unas granadas de mano del tamaño de melones. Explosivos. Chalecos antibalas, etc.
No hay comentarios:
Publicar un comentario