Se
adentran en la Ciudad, caminan despacio, pues el terreno es arenoso. -Robert pregunta, -¿porque a mí época le llamáis prehistoria?. Se
miran los cuatro, Jan responde, -porque la historia moderna comenzó
a partir del año 2500.
-Fue cuando nuestros Maestros nos salvaron, Rebeca interrumpe, -ese
año se nubla el Sol y los Maestros son los primeros en instalarse en
las estaciones de metro de todo el mundo.
-Era el lugar más seguro, y a través de sus túneles se comunicaban
con los que sobrevivieron. Robert responde, -¿sobrevivieron a que?.
Paul, -a la glaciación.
-Robert enojado les grita, -esto es arena, no hay ninguna glaciación,
-tenemos que averiguar que está ocurriendo.
-Alguien me puede explicar ¿que hacía yo en esa puta caja?, -y
todos los demás, ¿quienes son?, ¿que hacen ahí?, -y sobretodo,
¿porque?.
-Lo
único que tengo claro es que os ha mentido. Rebeca pregunta,
-¿porqué dices eso?, Robert le dice, -no hace falta ser Albert Einstein para saber
que la tierra sigue girando. Los cuatro se miran confusos.
-Mirad, cuando estaba en el colegio nos explicaron que la inercia de
la rotación del planeta es lo que nos da la estabilidad, -o algo así
creo recordar.
-Esto si lo recuerdo, entonces Robert toma un cubo lo llena de arena
y comienza a imitar la rotación con él, -¿veis?, -mientras voy
girando la arena permanece quieta, en su sitio, -sin embargo si lo
detengo aquí arriba, -toda la arena se cae.
-Jan, el experto en historia le replica, -y nos quieres hacer creer
con tu patética clase de física nos has convencido, -que la tierra
¿sigue girando?, -que ¿nunca se detuvo?.
-No, responde Robert, -lo podéis ver vosotros mismos, y les señala
el Sol. -Veis, ahora esta más próximo horizonte. -Esta cayendo, -eso
significa que la tierra está girando, -que anochece, -que hace mas frio, -y que tenemos que buscar un sitio
seguro para descansar.
-Todo esto es desconocido para nosotros, dice Rebeca. -Robert,
¿conoces algún sitio donde podemos refugiarnos?.
-Si, vamos por aquí, dirigiéndose al centro.
Las
principales calles se veían bastantes deterioradas, muchos edificios
y establecimientos eran nuevos para Robert.
-Grandes pantallas habían sustituido a escaparates y no se podía ver
de qué tipo de establecimiento se trataba, pues sin energía estaban
en negro.
Robert reconoce uno, una gran superficie, de esas de corte inglés.
-Pasemos aquí, dice Robert. Paul y Jan le dicen, -esto no padece muy
acogedor. -aquí no nos quedaremos. -Sólo quiero ver que podemos
encontrar que nos sea útil.
Muchas de las plantas del edificio seguían conservando algunos
artículos. Robert mira un letrero en él que se podía leer
artículos de Caza.
-Veo que algunas cosas no han cambiado. -¿Que no ha cambiado?,
pregunta Rebeca. -El
placer de matar, responde Robert, cogiendo de una vitrina un rifle.
Éste no era como Robert los recordaba, aunque la función era la
misma. Tenía un cargador de proyectiles pequeños, parecían
perdigones. Una mira telescópica con un gran alcance.
-Si
esta mirilla tiene este alcance estos proyectiles tienen que hacer
daño, decía Robert mientras llenaba el cargador de cientos de esas
pequeñas bolas.
Robert apunta hacia un maniquí que se encontraba en la otra punta de
la planta.
Dispara, y se puede ver como la cabeza del maniquí se convierte en
polvo, y además. Detrás abre un boquete en la pared de más de un
metro de diámetro.
-Esto es impresionante dice Robert. -Y ¿para que necesitamos eso?,
preguntan Paul y Jan. -Para nuestra seguridad dice Robert.
-¿Nuestra seguridad?, dijiste que nos llevarías a un lugar seguro
para descansar, -y esto es un asco dicen los dos. -Vamos, miraremos
como sigue un sitio cerca de aquí.
Llegan al lugar, Robert comenta, parece que no ha cambiado mucho.
Incluso se sigue llamado igual. Estaban en la puerta del Hotel Ritz.
Pasan al gran hall, y comentan los cuatro, -¿aquí estaremos bien?,
no parece nada acogedor. Robert
se dirige a las escaleras y dice seguirme.
-Suben a la zona donde están las suites. Entran en una, la más
grande. Estaba llena de polvo, pero conservaba sus lujosos muebles.
Robert sacudió algunos edredones y cerró todas las ventanas.
Rompe un mueble, y enciende un fuego en una gran chimenea. -Vosotros descansar, yo estaré vigilando.
-Tu
también tienes que dormir algo le dice Rebeca, que no se separaba
del fuego. -Yo he dormido demasiado tiempo, ¿no crees?, responde
Robert.
La
noche deja paso al amanecer. La luz que entra por la ventana deja ver
a un Robert dormido. Sentado frente al balcón con el rifle en una
mano y unas fotos en la otra.
Rebeca se acerca sigilosamente, y coge con mucho cuidado las
fotografías. En un de ellas se puede ver a Robert con una mujer y
una niña.
Robert despierta. -¿Que haces con eso?, le reprocha.
-¿Quien
son?, -¿era tu familia?. Robert le quita bruscamente la foto y
guarda silencio. Sólo un brillo en sus ojos contestan a Rebeca.
Por
debajo de la puerta de la habitación Robert ve pasar lo que parece
una sombra. Corre hacia la puerta y cuando la abre, escucha unos paso
muy ligeros bajando las escaleras. Baja corriendo y sale a la
calle. Algo parece que se aleja al final de la calle.
El
polvo levantado no le deja ver bien que es. Entonces, a través
de la mirilla de su rifle ve algo.
No
se distingue bien al principio, pero cuando Robert lo tiene en el
objetivo, ve como a lo que está apuntando se detiene, se gira, y se
le queda mirando.
Era
un perro, de tamaño medio, y con unas grandes orejas, parecido a un lycaón, un perro africano, pero muy blanco y de pelo más largo. El animal mira fijamente
a los ojos de Robert, a pesar de la distancia.
Robert también mira sorprendido. Es cuando algo llama la atención del perro, gira la cabeza y sale corriendo. Desapareciendo entre las calles.
Robert también mira sorprendido. Es cuando algo llama la atención del perro, gira la cabeza y sale corriendo. Desapareciendo entre las calles.
Cuando Robert vuelve al hotel, los cuatro están en la puerta.
-¿Quien era?, preguntan los cuatro asustados. Rober dice, -Era un perro, los
cuatro muy sorprendidos le dicen, -es uno de los seres
que desaparecieron, -junto a otros que no soportaron el cambio en
nuestro clima.
Robert contesta, -Pues por lo visto alguien lo soportó.
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